Loreto Blanco
8 de febrero del 20XXII
A los reales ejércitos de su majestad Carlos I de España:
Mi nombre es Munio y durante años estuve bajo las órdenes de don Juan Ponce de León. Mi linaje no puede ser más bajo, mi madre, de sobrenombre Juanilla, famosa en el puerto de San Germán y mi padre algún nombre debió tener, pero yo no lo conocí.
Mil oficios ejercí hasta que un buen día corrió el rumor entre los de mi calaña de que el gobernador de La Española tocaría tierra en el puerto, donde se uniría una tercera nao a las dos que ya llevaba, con rumbo al noroeste que ya era más, que el rumbo que yo había llevado en mi vida hasta ahora.
Allá me fui con mi miseria y muchas ganas de aventura. Al embarcar descubrí a unos hombres rudos y fuertes, valientes y audaces que lo dejaron todo para explorar lo inexplorado, puede que los moviese el afán del oro pero era el honor su bandera y el amor a la patria, su lema.
Fueron días duros de travesía, de incertidumbre y algo de miedo pues la mar es amante celosa que cuando embravece hay que temer.
Tras varias noches al raso bajo el mismo cielo plagado de estrellas que brillan en nuestro imperio, tocamos tierra con la dicha y el gozo de hacer más grandes los dominios de España.
Qué hermosa la vista de aquellos terrenos floridos. Pascua era para más señas el día que Dios sobre la muerte vencía y las fronteras se amplían.
Desembarcamos dispuestos a conquistar esos territorios en nombre del rey de España y a llevar la fe cristiana. Más tarde me enteré que don Juan buscaba unas fuentes, no solo de agua clara, sino de juventud y vida eterna, pero eso se comentaba entre la tripulación más rasa, más por divertimento que por convicción.
Fue curioso que el regreso lo hicimos con gran presteza y más tarde supimos de la existencia de una corriente marina que haría navegar a los barcos a toda prisa y cuyo descubrimiento también acrecentó la gloria de los descubridores españoles y bien sirvió para todas las navegaciones futuras.
Han pasado ya los años, y aquel pillastre mugriento que fui, se convirtió en persona cabal con ideales y honor, y todo lo aprendí de hombres como don Juan, soldado, terrateniente y conquistador orgulloso de su estirpe y de su raza.
Murió como vivió sin rendirse en ningún momento, con la mirada puesta en el futuro haciendo honor a su nombre como un bravo León.
Cuentan algunos que encontró las fuentes de la eterna juventud y que sus aguas probó y puede que fuera cierto, pues la memoria de don Juan Ponce de León, descubridor y militar español permanece fresca y eterna en la historia de España.
Su fiel vasallo Munio